Quienes nos dedicamos a dar charlas, clases, conferencias o seminarios deberíamos preguntarnos cómo están viendo nuestros alumnos o los asistentes al evento las imágenes o gráficas que les mostramos. Especialmente cuando usamos códigos de colores para subrayar diferencias entre dos ideas o conceptos distintos. Y lo mismo se aplica a los creadores de contenidos audiovisuales, a los ilustradores o a los artistas plásticos.
Porque la realidad es que no todas las personas percibimos los colores de la misma manera. Bien sea porque hay individuos que no pueden percibir algún color de nuestro espectro visible, o porque tienen el superpoder de percibir muchos más colores que los demás.
Para entender cómo vemos, lo primero que debemos saber es que en nuestra retina disponemos de unas neuronas especializadas llamadas fotorreceptores que contienen unos sacos llenos de opsinas, unas proteínas sensibles a la luz que reaccionan a distintas longitudes de onda de nuestro espectro visible.
Esto hace que existan dos grandes tipos de fotorreceptores con características bien diferenciadas.
Por un lado están los bastones, cargados de una opsina llamada rodopsina que reacciona ante intensidades bajas de luz, facilitando así la visión durante el crepúsculo y la noche. Los bastones –unos 120 millones en total– tienen poca resolución, se saturan muy rápidamente al incrementar la luminosidad y responden a una franja muy estrecha de nuestro espectro visible. Por eso por la noche no percibimos muy bien los colores.
Por otro lado contamos con los conos, que nos proporcionan la información más precisa sobre los colores y, al tener mayor resolución, son los responsables de nuestra agudeza visual y la visión de la zona central de nuestra retina. Pero como necesitan mucha luminosidad para trabajar correctamente, no funcionan cuando la luz es escasa.