Entre Villa María y Villa Nueva hay unos 70 excombatientes de la guerra de Malvinas. Unos pocos de ellos eran deportistas y particularmente uno solo jugaba al rugby, dos momentos que marcaron al hombre.
Erik Langer se siente muy villamariense, aunque su documento marque que nació el 15 de enero de 1962 en Gutemberg una pequeña localidad ubicada en el Departamento Río Seco, casi en el límite entre Córdoba y Santiago del Estero.
Su padre (Alberto, un recordado médico local) estaba allí haciendo su residencia y nació en un dispensario del pueblo, “que por entonces tenía 140 habitantes”, cuenta en diálogo con elDiario. “Primero vivimos en Córdoba y luego llegamos a Villa María, yo tenía 7 años”.
“Soy el tercero de cinco hijos. Dina y Érica (Chines) son mis hermanas mayores, luego me siguen Alejandra y Mariana”, cuenta. “Estoy casado con Silvia Funes, tengo tres hijos y cinco nietos”, agrega.
Hay situaciones que pueden marcar la vida de las personas, a “Quito”, como todos lo llaman, hubo principalmente dos, entre tantas otras seguramente: el día que llegó al Jockey Club para jugar rugby a los 11 años y los meses de abril y mayo de 1982, donde fue combatiente en la guerra de Malvinas.
“El rugby marcó mi vida y después de Malvinas me la salvó. Yo era chico y había probado otros deportes, pero no me terminaba de enganchar. Mi papá había jugado al básquet. Tenía 11 años e iba a la primaria a la escuela José Ingenieros cuando mi compañero ‘Yeti’ Geremías me dijo, el sábado venís conmigo al Jockey. Allí estaba Jorge Morales, nuestro entrenador que me inculcó valores como compañerismo, solidaridad, y seguir a un líder. También conocí un montón de personas, que hoy siguen siendo mis amigos. En esa camada estaban Corcho Morello, Ricardo Pigni, Daniel Pérez, Ronald Lombardi, Turco Salomone, Sergio Mana, Claudio Massetti, entre otros”.
“Yo era apertura, jugué en juveniles y debuté en primera con 18 años. Puedo decir que estuve entre los pioneros del club, soy del grupo que plantó los primeros árboles en la primera cancha. No había ni vestuarios, ni nada. Nos cambiábamos en las caballerizas. Hoy es increíble ver todo lo que ha crecido el club”, sigue relatando.
“Hice la secundaria en el Rivadavia, repetí año dos veces y la terminé a los 19 años, en la Promoción 1981, aunque me quedaron algunas materias que las rendí después. Al año siguiente tuve que hacer la conscripción en Holmberg (cerca de Río Cuarto). En enero estuve de vacaciones con mi familia y el 2 de febrero me hicieron la revisión médica y me incorporaron”, recordó.
“Ahí conocí a otro líder, el teniente Roberto Estévez. Salvo excepciones, recuerdo algún cabo, me trataron bien. Éramos mil soldados y eligieron a 30 para formar una sección especial para aspirante de oficiales de reserva, donde íbamos a tener una preparación más intensiva, pero que nos darían la baja a los seis meses. Durante la formación, nos enseñaban cómo desarmar o armar un fusil, preparar posiciones, cómo desplazarte en el campo o instrucción nocturna. Fueron 25 días de instrucción muy dura”.
El rugby después de Malvinas
“Unos días después de aquel 14 de junio, nos dieron 35 días de licencia. Me vine a Villa María y me fui al club. Estaba entrenando la primera. Cuando bajé del auto dejaron de entrenar y vinieron a saludarme. Pasaron dos minutos y el técnico dijo que tenían que volver a entrenar porque jugaban el sábado. Se fueron todos. Ese fue el primer golpe. Eso me ayudó a entender que había que empezar de nuevo. Eso le pasó a la gente en general. Lo otro duro fue encontrarte con los familiares de los que no volvieron y no entendían por qué le había tocado a sus hijos y a nosotros, no. Teníamos 20 años y eso uno lo va guardando”.
“Aquel hecho me chocó, pero me trajo a la realidad. Todos seguían con su vida y me hizo ver que mi vida también. Empecé a entrenar y volví a jugar. Me retiré en 2008, jugando dos amistosos en un viaje que hicimos junto a otros compañeros al Mundial de Nueva Zelanda. Hoy sigo en contacto con ellos que fueron y son mis amigos de siempre”.
“Jugué toda mi vida en Jockey, con compañeros como Torolo Sigifredo, Quique Ordóñez, Chacho Sperat, Lalo Soriano, Juan Pigni, Tito Mana, Abel Borsatto, Polaco Matcovich, entre otros”.
“Tenía 30 años y mi entrenador Bicho Dominici no me ponía. Ahí me invitó Marcelo Domínguez y jugué mis dos últimos años en el San Martín, terminé remplazando a Eduardo Menard, que ya estaba finalizando su carrera. Varios me pidieron que volviera al Jockey, pero seguí jugando de titular en San Martín y ese año ascendimos. También jugué en una selección villamariense de rugby. Fue una linda época, hice muchos amigos, pero mi corazón sigue siendo del Jockey, donde soy Socio Honorífico. Como también he jugado al golf y en el VMGC también me hicieron un reconocimiento, unos años atrás”, finalizó.