Tras dos décadas en el poder, Recep Tayyip Erdogan seguirá al frente de la República turca durante los próximos cinco años. La celebración de la segunda vuelta de las elecciones presidenciales del pasado domingo 28 de mayo, le dieron una clara victoria con el 52,1% de los votos frente al 47,9% del aspirante opositor Kemal Kiliçdaroglu, quien lideraba una amplia coalición de partidos. El resultado retrata a una sociedad fuertemente enfrentada entre los seguidores de Erdogan y su apuesta por seguir llevando a Turquía por una senda autoritaria, y los partidarios de la defensa de las instituciones del Estado, el laicismo y un mayor acercamiento a Europa, que son los fundamentos sobre los que nació la Turquía moderna hace un siglo.
Ese resultado es un importante espaldarazo a la política ultranacionalista de Erdogan que logró centrar, en el debate electoral, la acogida a refugiados e inmigrantes. Asimismo, apuntala el sistema de red de intereses del que el presidente reelecto se ha servido para consolidar su proyecto de estrangulamiento de las libertades y que incluye, entre otros, a un amplio espectro de intereses que van desde empresas de armamento a fundaciones caritativas, pasando por grandes constructoras. Esa estructura de poder habría visto peligrar su estatus en caso de victoria de la oposición.
No sé por qué el escenario turco me recuerda al gobierno de Maduro en Venezuela.
No obstante, Turquía seguirá siendo un actor complejo y en ocasiones impredecible en el campo de las relaciones internacionales, tanto en lo que se refiere a la Unión Europea como a su modo de ejercer su condición de Estado miembro de la OTAN. Su progresiva aproximación económica a Rusia, la dura negociación para aceptar definitivamente la adhesión de Suecia y Finlandia a la Alianza Atlántica, las periódicas confrontaciones con la UE en temas como el flujo de migrantes irregulares o las acciones unilaterales en el exterior que denotan una cierta nostalgia al pasado imperial otomano, lo cual es improbable que sufran drásticos cambios.
Se espera que Erdogan continúe con su delicado acto de equilibrio entre Occidente y sus enemigos.
Lo preocupante es que el nuevo mandato de Erdogan le facilita continuar con el desmantelamiento del Estado laico, debilitamiento y control de las instituciones del Estado concentrando cada vez más poder en sus manos y un progresivo minado de derechos fundamentales de los turcos, entre ellos el de información y libertad de expresión.
En una campaña electoral marcada por las secuelas del terrible terremoto de febrero pasado, crecientes problemas económicos y la profundización de la corrupción, había muchas esperanzas de que el Gobierno del presidente Erdogan llegara a su fin. Algunas encuestas señalaban que la coalición de seis partidos de la oposición liderada por Kemal Kiliçdaroglu, del Partido Republicano del Pueblo (CHP por sus siglas en turco), podía alcanzar la mayoría o por lo menos llegar a la segunda vuelta con ventaja.
La pregunta que me hago es la siguiente: ¿El resultado de la elección se puede entender sin tener en cuenta una posible inclinación del electorado turco hacia el nacionalismo?
No lo sé, pero el resultado obtenido supone el fortalecimiento de la política ultranacionalista de Erdogan, que logró centrar, en el debate electoral, en la acogida de refugiados e inmigrantes. Ese nacionalismo promovido por Erdogan despertó más resonancias en el electorado que la campaña de moderación y combate a la corrupción del candidato de oposición Sr. Kiliçdaroglu, quien pertenece a la minoría aleví (que es una variante del chiísmo en un país mayoritariamente suní) y tuvo el apoyo implícito del partido y los votantes kurdos.
La verdad es que muchos votantes turcos apoyaron a Erdogan, pese a reconocer que la corrupción en su partido ha alcanzado proporciones astronómicas y que la mala gestión económica ha provocado una inflación de tres dígitos y en consecuencia graves padecimientos. Lo apoyaron incluso en áreas muy afectadas por el terremoto, donde las prácticas corruptas del AKP fueron un factor importante en el grado increíble de devastación y pérdida de vidas.
No puede decirse que las elecciones hayan sido libres y justas. La televisión y los medios impresos están bajo control casi total de Erdogan y de sus aliados. Así mismo vale señalar que la justicia y la burocracia estatal no son independientes y son obedientes a Erdogan. Me sigue recordando a Venezuela.
A nivel externo, las sonrisas se perfilaron en las caras de quienes han contado con el apoyo activo de Erdogan. En su discurso de victoria, compartió con sus votantes que ya le habían felicitado desde Azerbaiyán, Qatar, Libia y Uzbekistán. Nicolás Maduro, desde los 10.000 km de distancia que separan Caracas y Ankara, también fue de los primeros en celebrar el triunfo de un presidente a quien calificó como “hermano y amigo”.
Turquía seguirá siendo un actor complejo y en ocasiones impredecible en el campo de las relaciones internacionales, tanto en lo que se refiere a la Unión Europea como a su modo de ejercer su condición de Estado miembro de la OTAN. Su progresiva aproximación económica a Rusia, la dura negociación para aceptar definitivamente la adhesión de Suecia y Finlandia a la Alianza Atlántica, o las acciones unilaterales en el exterior, que recuerdan al viejo imperio Otomano, nos indican que es improbable que sufran cambios; así como su participación como mediador en la guerra entre Rusia y Ucrania.
Lo preocupante es que el nuevo mandato de Erdogan le permitirá proseguir su sistemática estrategia de desmantelamiento del Estado laico, debilitamiento y control de las instituciones del Estado concentrando cada vez más poder en sus manos y un progresivo minado de derechos fundamentales de los turcos, entre ellos el de información y libertad de expresión.
¿Qué sigue?
Durante los próximos cinco años, Erdogan estará “políticamente libre de trabas”, ya que su partido también ganó la mayoría en el parlamento. Eso probablemente significará que profundizará algunas de sus políticas más divisivas para complacer a su base, incluido qué hacer con los refugiados sirios.
En el ámbito económico las cosas no pintan bien. La lira continuó en caída libre sobre todo por la desconfianza del sector empresarial que teme que el presidente no logre sacar al país de la dura crisis económica que está padeciendo.