El tío Don Pomposo, que era su tutor, quería un matrimonio de Leona con un miembro de una familia pudiente, como era la de Octaviano. Además, intuía que Andrés era un “muchacho alocado” como su hijo Manuel y su sobrina y temía que se fueran por el “mal camino”. El señor era un ferviente realista y detestaba todo lo que fuesen ideas subversivas y utópicas. Según él, la Nueva España siempre de los siempre sería gobernada por la Monarquía Borbónica española. Era decididamente pro monárquico y pro español, tanto que Pomposo se había dado a conocer siendo muy joven al redactar una oda titulada Sentimientos de la Nueva España por la muerte de su virrey D. Antonio María Bucareli, y posteriormente, en 1787, con unos versos titulados La América llorando por la temprana muerte de D. Bernardo de Gálvez. Así demostró una sentida y profunda inclinación por el Imperio Borbónico y la política colonizadora de los invasores españoles. Cuando la invasión napoleónica y los reveses de la realeza borbónica, que desataron la Guerra de la Independencia española en 1808, a Agustín Pomposo hasta le salió lo poeta y escribió contra los “desgraciados” intentos de los soberanistas. En esa ocasión escribió una Memoria Cristiano-Política sobre lo mucho que la Nueva España debe temer de su desunión.
Pero Leona, Manuel y Andrés tenían ideas diametralmente opuestas: México ya tenía que ser independiente y soberano. De cualquier manera, ese amor entre los dos jóvenes que se había fortalecido por la comunidad de ideales tendría que esperar un buen tiempo para consumarse, pues había encontrado obstáculos insalvables.
En 1810, Manuel, Andrés y Leona son invitados por una amiga de la infancia de ésta, Margarita Peimbert, a una tertulia en casa de don Antonio del Río. Esas reuniones literarias escondían grupos subversivos dispuestos a luchar por la autonomía. Buscaban crear Juntas de Gobierno en provincia y un Congreso que gobernase aquí, pero en nombre del prisionero de Napoleón, Fernando VII. Si el Rey sucumbía aspiraban a crear una Junta Nacional. Ahí Leona se enteró de la conspiración de Valladolid, hoy Morelia, de 1809 y de su fracaso. A pesar de todo, la conspiración en el Bajío y en el Centro continuaba viva.
En septiembre de ese año, cuando contaba con 21 años de edad, Leona se entera del levantamiento de Miguel Hidalgo y Costilla. Para entonces ya estaba bien integrada al movimiento soberanista. Y ya que las tertulias se desarrollaban en diversas casas de personajes pudientes, Leona ofrece su céntrica casa para que se reuniesen los rebeldes, además, para recibir y enviar correspondencia, dinero, armas y abasto. De modo que se comprometió seriamente con el movimiento, a pesar de lo arriesgado que era para ella.
Entonces, inspirada en la lectura del libro del utópico Fénelon, Las aventuras de Telémaco, escrito en el siglo XVII, ideó que los conspiradores, por precaución y para guardar la clandestinidad, debían llamarse por seudónimos. Ella adoptó el de Enriqueta. Además, simpatiza con el modelo de sociedad descrito en el libro: sobria y de trabajo, ajena al lujo y a la riqueza, donde los seres humanos viven “sin dividir las tierras” y “todos los bienes son colectivos: los frutos de los árboles, las legumbres de la tierra, la leche de los rebaños son riquezas tan abundantes que los pueblos sobrios y moderados no tienen necesidad de repartirlas”. De modo que Leona aprendió a amar la colectividad, la justicia y la armonía social.
Para ese entonces su casa, a espaldas del tío, se convierte en un centro de conspiración. En medio de tanta actividad, el amor de Leona y Andrés se consolida. La actividad era frenética y el entusiasmo crecía cuando se enteran del levantamiento popular en Dolores encabezado por Miguel Hidalgo y Costilla, un cura que llevaba años trabajando con las comunidades indígenas, que hablaba náhuatl, purépecha y hñahñu u otomí y que además en sus famosas tertulias había sembrado las nuevas ideas de libertad en un amplio círculo. La revolución creció irrefrenable, tomando San Miguel, Celaya y Guanajuato, acercándose a la Ciudad de México.
Estando Hidalgo a las puertas de la capital, el grupo entra en contacto con él y con Allende, enviándoles información sobre la situación dentro de la Ciudad. El 29 de octubre Andrés es detenido, acusado de tener contacto con los insurrectos, y es humillado por las calles, desnudo, atado de pies y manos mientras se le llevaba a prisión donde permaneció 17 días, hasta que fue puesto en libertad por falta de pruebas.
Cuando tomó Guadalajara, Miguel Hidalgo declaró la abolición de la esclavitud y la de los tributos, entre otras cuestiones que dio a conocer en el primer periódico revolucionario El Despertador Americano del cual se publicaron siete números. Así se iban propagando las nuevas ideas y el programa de lucha. El movimiento tenía un objetivo, Hidalgo aspiraba a un levantamiento nacional.
Trágicamente llegó el golpe mortal. Luego del 16 de enero de 1811, tras la derrota fatal de Puente Calderón, el ejército de Hidalgo y Allende se vino abajo. Iban rumbo al norte cuando fueron detenidos en Acatita de Baján, rumbo a Monclova, y posteriormente fusilados. Hidalgo fue pasado por las armas el 30 de julio de 1811.
Entonces Andrés Quintana Roo, a quien lo había detenido la espera del permiso de Agustín Pomposo para casarse con Leona, fue a unirse con los Insurgentes. Él bien sabía que ya lo habían descubierto y corría peligro su vida, además de que ardía en ansias de incorporarse al ejército rebelde. No le dio miedo saber que los realistas fusilaban a cuanto insurgente caía en sus manos. Entonces, alentado por su Leona, se lanza a la lucha y parte a Zitácuaro para sumarse a las fuerzas de quien había quedado al frente tras la muerte de Hidalgo: Ignacio López Rayón, que había organizado la Junta de Zitácuaro. Mientras tanto Leona establece contacto con López Rayón y después toma contacto con el Ejército del Sur que comandaba José María Morelos y Pavón. Andrés llega posteriormente a Oaxaca y en julio de 1812 se encontraba redactando el Seminario Patriótico Americano para dar a conocer la causa y los fines del movimiento.
Leona se quedó en la capital para organizar una red secreta de apoyo a la lucha patriótica. Se dedicó informar a los Insurgentes de todos los movimientos ocurridos en la capital del virreinato que podían interesarles, además conseguía armas y recursos para la lucha insurgente. Ya desde 1810, Leona Vicario había comenzado a formar parte de una sociedad secreta que posteriormente sería llamada Los Guadalupes, y debido a que sus integrantes pertenecían a la élite de la sociedad virreinal, tenían información privilegiada que hacían llegar a los Insurgentes.
Para recoger esa información tenía que convivir y sufrir los comentarios de la “alta sociedad” rabiosamente realista, empezando por su tío, que cuando inicia el movimiento escribió y se dedicó a distribuir un folleto titulado Las fazañas de Hidalgo, Quixote de nuevo cuño, facedor de tuertos, etc.
Teniendo contacto con Ignacio López Rayón, la Junta de Zitácuaro y con el cura Morelos, Leona se volvería un elemento clave de la lucha. Además de noticias e información de lo que ocurría en la Corte virreinal, dio cobijo a fugitivos, gastó su fortuna enviando dinero y medicamentos. Luego de los acontecimientos de 1811, el gobierno virreinal comenzó a perseguir a todos los partidarios de la Independencia, entre ellos, desde luego a Leona que nunca había escondido sus simpatías. La espiaban, le fueron confiscando sus bienes y esperaban el momento de detenerla. También su querido primo Manuel había optado por integrarse a la lucha armada de los Insurgentes, lo que ocasionó que Pomposo, al enterarse, se enfermara del berrinche. En esas circunstancias tan complicadas, Leona atendió y cuidó a su tío materno, sin tomar en cuenta las profundas diferencias políticas e ideológicas. No podía olvidar que él siempre la había apoyado. El vínculo entre ellos era fuerte, al grado que ambos murieron el mismo año: 1842.
Mientras tanto Andrés jugó un papel importante en la difusión del programa de lucha del movimiento, trabajó en el manifiesto de la Junta Suprema de la Nación o Junta de Zitácuaro que se dio a conocer el 16 de septiembre de 1812. Y claro que la actividad de la mujer era propiciada por los Insurgentes, en el Semanario Patriótico Americano de noviembre publicaron dos manifiestos que titulaban “A las damas de México”, en el que las llamaban a jugar su papel en la lucha. Esos manifiestos los escribió Andrés, siguiendo los sentimientos de Leona Camila Vicario.
Leona seguía trabajando por la causa insurgente. A finales de 1812 convenció a unos armeros vascos que se unieran al bando independentista. Se trasladaron a Tlalpujahua, localidad donde ella tenía una hacienda y en la que estaba instalado el campamento de Ignacio López Rayón, ahí se dedicaron a fabricar cañones financiados con la venta de sus joyas y sus bienes. Además, escondido entre huacales, llevaba material de imprenta para los periódicos insurgentes.
Llegó el día en que la pescaron, el 28 de febrero de 1813. Salía Leona de misa en la Iglesia de La Profesa cuando le avisan que desgraciadamente un correo suyo, Mariano Salazar, que llevaba correspondencia secreta que ella había enviado el 25 de febrero, había sido detenido y que las fuerzas del siniestro realista Anastasio Bustamante, luego de revisarlo, encontraron cartas de Leona, escritas por ella misma, dirigidas al insurgente Miguel Gallardo y a López Rayón para informarles sobre los movimientos del ejército del Rey. El 27 le habían llegado los documentos al Virrey y a la Real Junta de Seguridad y Buen Gobierno, que perseguía a quien murmuraba contra el Rey, sostenía conversaciones sobre las alternativas para el país o que poseía algún papel subversivo. ¡Cómo no iba a perseguir a quien actuaba decididamente a favor de la Independencia!
De modo que era inminente su detención. De inmediato, Leona huyó con la intención de dirigirse al territorio que dominaban los Insurgentes.