La expectativa de que el matrimonio es un estado gracias al cual viviremos unidos a un cónyuge, cuya función es la de complacernos y mantenernos en un dichoso idilio, es tan errada como imposible. El matrimonio no solo es un trayecto positivo y entretenido, sino una suma de sacrificios, lucha, esfuerzos, mucha alegría, pero también de angustias y penas que nos permiten vivir las experiencias más exquisitas y enriquecedoras de nuestra existencia.
Sin embargo, muchos optan por abandonar a su familia para tomar otros rumbos más fáciles, culpando a su pareja de no brindarles la felicidad que esperan, en todos los sentidos. Así, a menudo motivados por un nuevo amor que les promete las delicias que ya no les brinda lo habitual en su vida marital, muchos deciden terminar afirmando que “tengo derecho a ser feliz”.
Lo que ignoran quienes se separan con este argumento es que la felicidad no es un derecho, sino que es el resultado de vivir haciendo lo posible por dar lo mejor de nosotros a nuestra pareja y nuestros hijos. Al acabar con nuestro matrimonio por experiencias más gratificantes, dejamos a la pareja sola para el recorrido de los tramos más altos y privamos a nuestros hijos del apoyo que necesitan para desarrollar las herramientas que son fundamentales para que puedan triunfar en su vida afectiva.
Aún cuando la felicidad sea diferente para cada persona, siempre incluye vivir de acuerdo con los principios éticos y morales que rigen nuestra existencia. Ser feliz es el resultado directo de las buenas obras que cultivemos, de las satisfacciones que cosechemos y de las cimas que conquistemos. Pocos logros pueden aportar satisfacciones más profundas para ofrecerles a nuestros hijos un hogar unido y armonioso que les permita crecer sanos, y vivir plenos gracias a nuestra capacidad de amar.
Tengo el caso de una conocida. Ella se encontró con un novio de su juventud. Este sujeto le ofreció las estrellas y el cielo. Sin ningún remordimiento, comenzó a traicionar a su esposo. Cuando su madre se dio cuenta de lo que estaba sucediendo, le llamó la atención preguntándole por qué lo hacía, que su marido es un buen hombre que no se merecía esa traición. Ella le contestó que su nuevo amante era mejor en la cama que su marido. Según mi conocimiento, esto es una de las cosas que más destruye los matrimonios, “la lujuria”.
Las grandes víctimas, como ya lo dije anteriormente, son los hijos que tienen que abrirse paso por la vida solos y a veces desorientados. Lo grave de este caso es que ellos no quieren saber nada de la madre.
Para terminar, solo digo que el fracaso de un matrimonio es por no saber dominar el sexo.