El horario de invierno entrará en vigor en la madrugada del sábado al domingo en toda la Unión Europea, cuando sus ciudadanos retrasarán sus relojes una hora, un cambio regulado por la legislación comunitaria que siempre suscita polémica y que se argumenta en el ahorro de energía y en aprovechar mejor la luz natural.
La jornada del domingo será por tanto una hora más larga de lo normal, lo que permitirá dormir algo más de lo habitual, dado que tendrá 25 horas.
La práctica del cambio horario se repite desde hace décadas dos veces al año: una en marzo y otra en octubre; el objetivo es ajustar el reloj de acuerdo a las horas de luz del día, dependiendo de las estaciones para mejorar la eficiencia energética.
Dependiendo del horario de verano o invierno se adelanta o se retrasa el reloj cada semestre del año; la medida sin embargo, cuenta con muchos detractores porque consideran escaso o imperceptible el supuesto ahorro energético que se persigue con ello.
Para muchos la práctica estaba justificada durante la crisis del petróleo de los 70 por el alto gasto energético en alumbrado, pero en estos momentos la consideran desfasada porque en líneas generales, la iluminación es infinitamente más eficiente y su peso en la industria no es el mismo.
Por el contrario, a lo que sí afecta el cambio horario es a la salud: las variaciones del horario alteran el ritmo circadiano o reloj biológico de las personas que, en ocasiones necesitan incluso días para adaptarse.