Ciudadanos ucranianos han denunciado numerosos maltratos recibidos en los campos de inspección que han montado las tropas rusas.
Humillaciones, palizas, hambre constante, hacinamiento y ninguna asistencia médica. Estas son las experiencias que cuentan algunas de las víctimas de los denominados “campos de filtración” que Rusia ha montado en zonas ocupadas de Ucrania. La pesadilla de Ihor Talalay, de 25 años, duró exactamente 88 días y comenzó el 19 de marzo porque a alguien en un control ruso -según relata- no le gustó su aspecto. Este hombre procedente de Dnipro, al sureste de Ucrania, formaba parte de un grupo de voluntarios que ayudaba a escapar a civiles del asedio ruso de Mariúpol.
Cuando su caravana de coches salía con los refugiados tuvieron que pasar varios controles y un militar ruso retuvo a Talalay. Ahí mismo llegó un primer interrogatorio en el que trataron de buscarle algún vínculo con el ejército ucraniano. En estos controles, los militares rusos obligan a desnudarse, buscan tatuajes o marcas en la piel, como moratones, que puedan indicar el uso de armas. Además, revisan los móviles para encontrar cualquier símbolo nacional o nacionalista ucraniano. “Comenzaron a golpearme para obtener las respuestas que esperaban de mí. Así estuvieron alrededor de una hora, golpeándome una y otra vez”, cuenta Talalay.
El joven es uno de dos supervivientes de los campos de filtración rusos que ofrecieron su testimonio esta semana en un acto organizado por Ucrania en la sede de la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) en Viena. Además, participaron dos familiares de Serhii Tabachuk, internado en uno de estos campos y del que llevan meses sin tener noticias.
Con información de EFE