Meryl Streep ha puesto la guinda a su visita a Asturias con un discurso difícilmente olvidable. Ella ha sido quien ha recibido el premio Princesa de Asturias de las Artes, oportunidad que ha aprovechado para llevar el cine a lo más alto con un speech que ha ido del aprendizaje del oficio a la cultura española sin abandonar ese toque de humildad que siempre ha definido a la intérprete.
Su parlamento ha rondado la idea de una frase pronunciada por Penélope Cruz que ella ha rescatado del jamás olvido. “El trabajo de un actor es encarnar vidas que no son como la tuya”, pronunció. Si el cine era el séptimo arte, la norteamericana proyectó un imaginario cinematógrafo para descubrir que, en realidad, engloba la misma magia que los otros seis.
“Estoy muy feliz de estar aquí esta tarde, de figurar entre tan destacados homenajeados, en esta hermosa sala cuyas paredes han escuchado el eco de las voces de muchos de mis héroes del siglo XX y de este joven siglo nuestro”, arrancó. Para ella, resultaba difícil hacerse a la idea de que, en efecto, allí estaba. “Una parte de mí sospecha que, como he representado a personas extraordinarias toda mi vida, ¡ahora me toman por una de ellas!”, exclamó, arrancando la sonrisa de los presentes.
Ahondaba ella en la vieja idea de la intangibilidad del don del actor: la metamorfosis. Streep durante su discurso en los Princesa de Asturias. “Sé por mí misma que cuando veo una actuación que me llama especialmente la atención puede habitar mi corazón durante días, a veces décadas”, confesaba. Hablaba de una extraña conexión que, revelaba, tiene base en la empatía, que es “el corazón palpitante” de ese mismo don. El motor de cambiar de piel.