La niña hondureña, de siete años y rodeada de extraños en horas de la madrugada, estaba decidida a mantener el paso de los otros migrantes que se dirigían a la frontera con Estados Unidos.
Su padre había recorrido México con ella en autobús durante 22 días y se regresó a su país después de dejarla en manos de un joven que la iba a ayudar a cruzar el río Bravo y llegar a Texas.
“Me dijo que siguiese sola y que me cuidase”, contó la pequeña.
No está claro qué sucedió con el hombre que se debía hacer cargo de ella, pero la niña se unió a un grupo que se dirigía a la frontera y se fue con ellos. Caminaron por el valle del río Bravo (Grande en Estados Unidos).
Las temperaturas bajaron a cerca de 10 grados centígrados (55 Fahrenheit) y la niña lucía una chaqueta amarilla con dibujos animados de trenes y un tapabocas negro para protegerse del Covid-19.
Su odisea ilustra los extremos a los que llegan los padres para que sus hijos puedan llegar a Estados Unidos, incluso si esto significa que los dejarán solos en la parte más peligrosa del trayecto.