Sonreír, luego llorar y volver a sonreír

La primera vez que disfruté de un gol fue cuando estaba en mi casa viendo el partido de Perú contra Brasil. Mis hermanas, mi papá y yo estábamos eufóricos mirando cómo jugaba Juan Manuel Vargas, Claudio Pizarro, Jefferson Farfán y Paolo Guerrero, los cuatro fantásticos, como se hacían llamar. No sé qué campeonato o torneo era. Solo sé que debió ser importante porque fue muy divertido escuchar como toda la cuadra gritaba y sonaba un tambor, una chicharra y más. Todo era bulla hasta que se fue la luz en pleno segundo tiempo. 

En esos años no existían esas aplicaciones para ver el partido o Wifi, todo era por cable y conexiones fijas, pero sí habían esos celulares con antenas. Así que nos acomodamos cuatro personas en un celular de menos de 8 centimentros para terminar de ver esos 45 minutos. Fue emocionante a tal punto que solo eran nuestros gritos en toda la cuadra. 

Luego, disfruté otros partidos y los recuerdo con cariño porque año tras año empecé a aprender más y entendí más lo que significaba ir a un mundial. Lo que no me cabía era que cómo es que no habíamos podido clasificar casi 36 años. En el 2017, la oportunidad era más clara y cerca. La sentíamos mucho más porque en el torneo de la Copa América nos defendíamos bien. 

Y como no se goza si no se sufre: Nos debatimos el repechaje con Colombia. Y yo estuve ahí. Canté a todo pulmón el Himno Nacional. Era una sensación increíble porque ya no era lo común cantar con un plantel del colegio o un espacio protocolar, era el Estadio Nacional. Nos abrazamos toda la fila de la Tribuna Sur. Y junto con ellos, gritamos “¡La tocó!” 

Ahora, cuatro años después, sudamos de nuevo, con emoción, lágrimas y también alegría. No conseguimos la victoria, pero nos llevamos la ilusión de ser, una vez más, la mejor hinchada del mundo, que se quedó hasta el final, incluso cuando todos lloraban y criticaban. 

Porque así es el fútbol y el cariño al país. 

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