En un sentido estricto, la democracia es un tipo de estructura estatal en la que las decisiones colectivas son tomadas por el pueblo a través de herramientas de participación directa o indirecta, lo que confiere legitimidad a sus representantes.
En los últimos años, han aparecido numerosos libros y artículos en las plataformas de INTERNET, con títulos que pronostican un futuro verdaderamente incierto para la democracia. Todos coinciden en alertar sobre su posible desaparición, como el último capítulo de una historia que comenzó a mediados del siglo pasado.
Después de las dos guerras mundiales, había un amplio consenso, en occidente, acerca de la preponderancia de la democracia por sobre cualquier otra forma de gobierno, sin embargo, a principios del siglo XXI, comenzó a surgir lo que muchos historiadores han llamado “una recesión de la democracia”, que se caracteriza por la congelación del número de nuevas democracias, una disminución en la calidad de las democracias en algunos países emergentes que se consideraban democráticos, y el surgimiento de nuevas formas de autoritarismo. Incluso en los países tradicionalmente democráticos. En otras palabras, la calidad democrática ha venido disminuyendo. De hecho, Anne Applebaum, autora del libro “EL OCASO DE LA DEMOCRACIA”, en una entrevista realizada por la BBC indicó: “El debilitamiento de la democracia no está ocurriendo solo en países que alcanzaron recientemente la democracia, sino en lugares como Estados Unidos, Gran Bretaña y Francia, que tienen larga trayectoria democrática”. “El asalto al Capitolio, por parte de los seguidores de Donald Trump, en enero de 2021, marcó un momento de crisis de la democracia de EE. UU”.
De acuerdo con el índice de calidad de la democracia de The Economist, de los 167 países analizados, 21 son democracias plenas, 55 son democracias imperfectas, 39 son regímenes híbridos y 53 son países autoritarios. Lo que significa que el 43% de los países son democracias defectuosas y sólo el 5% de la humanidad vive en democracias plenas. Dicho índice también refleja que menos de la mitad de la población del planeta, cerca del 45%, vive en algún tipo de democracia. Además, cerca de un 37% de la población mundial está gobernada por un régimen autoritario tomando en cuenta la situación que vive China y sus casi 1.400 millones de habitantes. Por si fuera poco, la última Encuesta Mundial de Valores, llevada a cabo por la Universidad de Tilburg, en Holanda y la Universidad de Michigan en Estados Unidos, muestra un aumento del número de ciudadanos que da por bueno tener “un líder fuerte, que no moleste con Parlamentos o elecciones”, un gobierno autoritario, incluso estarían dispuestos a aceptar un Gobierno militar y a no respetar las normas democráticas, siempre y cuando los problemas les sean resueltos.
Lo anterior hace que me pregunte ¿es que la democracia puede morir por empobrecimiento o degradación? o ¿ha perdido su atractivo? No es fácil dar con la respuesta correcta porque depende de muchas variables, la primera el contexto de cada país, la segunda, la no satisfacción de las expectativas de la sociedad, y la tercera, desconfianza en los partidos políticos, pero en los políticos también.
Es decir que estaríamos frente a un problema de credibilidad de la política y en los políticos que son los que tienen la responsabilidad de fortalecer las democracias, legislando, supervisando que la administración pública se lleve a cabo de manera imparcial, neutral y transparente. Entonces, el problema no sería de legitimidad del sistema.
Creo importante recordar a Michihito Matsuda, un robot, que se presentó, en abril de 2018, a las elecciones municipales de Tama, en Japón, y quedó en el tercer puesto, en la segunda vuelta. El secreto de su éxito, según sus creadores, Tetsuzo Matsuda y Norio Murakami, vicepresidente de Softbank y ex empleado de Google Japón, respectivamente, fue que “el objetivo era demostrar que el futuro se centra en el desarrollo de algoritmos que analicen los deseos de la población para así plasmarlos en políticas”. Según ellos “el robot podría sustituir las debilidades emocionales de los seres humanos, que causa las malas decisiones políticas, corrupción, nepotismo y conflictos”, “por lo que una inteligencia artificial sin rasgos emocionales sería capaz de predecir hechos y consecuencias y aplicar políticas basadas en el bien común”. Un gran reto y un nuevo enfoque para enfrentar el problema de las democracias actuales.
El 15 de septiembre se celebró el Día Internacional de la Democracia, una celebración más de las que acostumbra a promover Naciones Unidas. Lastimosamente, fue un día triste porque el alcance de esa celebración solo llegó hasta la equidad y diversidad de género, así como al movimiento LGTBI+, pero se olvidaron de que el 43% de los países miembros de las Naciones Unidas son democracias defectuosas y sólo el 5% de la humanidad vive en democracia plena. Tampoco se acordaron de que, de los 33 países de Latinoamérica y el caribe, solo 3 tienen democracias plenas, los 30 restantes se mueven en una línea imaginaria de imperfección y autoritarismo, y en África ha habido 9 golpes de estado en los últimos 3 años.
Según el último informe Latinobarómetro, América Latina ha entrado en esa “recesión democrática”. La encuesta más grande de la región indica que solo el 48% de la población de la región apoya la democracia, una minoría, ya que en el 2010 alcanzó el 63%. Según Latinobarómetro a los latinoamericanos les importa cada vez menos el tipo de régimen que los gobierna, lo cual es tierra fértil para el populismo y el autoritarismo.
Ello coincide con los resultados de la Encuesta Mundial de Valores, arriba indicada. Y es que el latinoamericano espera que la democracia le traiga garantías políticas y sociales, pero resulta que los gobiernos que ejercen el poder dentro del ámbito de la democracia no han podido dar ninguna de las dos respuestas.
Sin embargo, no es la Democracia, son los gobernantes con la complicidad de los votantes. El caso más patético de la región es Venezuela. Hugo Chávez Frías fue electo presidente de Venezuela con la promesa de implantar una democracia participativa y lo logró, a su manera. Los que participaron de esa democracia fueron el estamento militar y su círculo más cercano de amigos y colaboradores que lograron quebrar un país rico, convirtiéndolo en el segundo país más pobre de la región, antecedido por Haití. Me cuesta responsabilizar a la democracia por los resultados obtenidos, sin poner la carga de la prueba sobre el enorme porcentaje de la sociedad que lo votó y que además, de sufrir los resultados de la corrupta y autoritaria gestión de gobierno, llevó al poder a su heredero, Nicolas Maduro Moros, como para que no quedara duda de que somos una sociedad muy buena para quejarnos. Pero, somos muy malos para asumir las responsabilidades cívicas, inherentes a la condición de ciudadanos de un país y miembros de una sociedad.
Lo anterior me deja un mal sabor en la boca. Me parece que al latinoamericano no le interesa cómo se llama, quién es, ni de dónde viene el presidente, con tal de que solucione el problema. Lo que le importa es que el ungido prometa cosas distintas y una manera de lograrlas, también distintas. En cuanto a los partidos políticos tengo la particular sensación de que si no se acabaron están por hacerlo, debido a la ausencia de desempeño, triste manera acabar, pero cierta. Los partidos dejaron de ser instrumentos para canalizar las demandas de las sociedades, lo que debieron ser siempre, pero más llamativo aún es que esa función la asumieron Facebook, Twitter, Google, YouTube y otras redes sociales, que hoy en día son los principales canalizadores de las demandas de la sociedad. Esa falla también alcanza al Estado ya que están diseñadas para el diálogo, el contacto, para crear una buena conversación y consensos y lamentablemente el Estado perdió el contacto con sus clientes más importantes: EL CIUDADANO DE A PIE.
Por último, creer que la democracia en sí misma era irreversible, es un error, si no vean lo que muestran las encuestas. Por decirlo de alguna manera, nada es inevitable, la supervivencia de la democracia es inevitable, si bien es deseable.