NAVIDAD

La Navidad es inagotable y nunca será obsoleta. Desde hace más de dos mil años, sigue permaneciendo en el ánimo y corazón de la gente incluso de los no creyentes.
Es una tradición que nos inspira a la celebración interna y externa. El pino, las esferas, los adornos y los regalos son parte de la alegría por este acontecimiento que va más allá de un relato histórico. Para los cristianos es la convicción del nacimiento de El Salvador como el verdadero valor y centro de la festividad.
Todos los elementos de esta fiesta tienen su propio significado. En el pesebre, que en sí mismo representa la pobreza y sencillez, está José que simboliza la responsabilidad de proveer a la familia lo necesario; María, que representa la prudencia, la aceptación y la adoración al hijo de Dios; los ángeles que simbolizan la espiritualidad y el acompañamiento; el burro y el buey, la calma y la humildad; las estrellas son la luz de la esperanza; los pastores, la fe, la búsqueda y la solidaridad; y los reyes magos el reconocimiento a la divinidad.
Otros elementos son la piñata, que no todos los países la tienen, y cuyos picos significan los pecados capitales contra los que hay que luchar; las posadas que representan la búsqueda para encontrar el lugar de vida; las peregrinaciones como el camino que es necesario recorrer hacia el amor y la paz; el aguinaldo, que originalmente eran dulces otorgados en la posada, representa el derecho al salario por trabajo; el pino es el símbolo de la vida eterna, adornado con manzanas y ahora con esferas, para los cristianos representan las tentaciones; y las velas, que simbolizaban la luz del mundo y la gracia divina.
Con mucha nostalgia recuerdo cuando en los diferentes barrios se hacían posadas. En peregrinación, los vecinos cargaban una base con las figuras de José y María o bien eran representados por los residentes. Se caminaba por la cuadra de casa en casa cantando los villancicos hasta que finalmente se recibían con “entren santos peregrinos reciban este rincón…”. Cada uno ofrecía algo para la cena, se rezaba, se rompía la piñata y se ofrecían dulces a los niños en bolsas con una naranja, cacahuates y colaciones. Todo era muy sencillo pues lo importante era convivir.
En las casas siempre había El Nacimiento, decorado con mucho esmero, que junto con las luces externas avisaban la alegría familiar y de la época. Formaba parte del atractivo recorrer las calles para apreciar el decorado de las casas y avenidas. Tampoco faltaba el espíritu solidario de compartir con los más necesitados.
Muchas de estas tradiciones se han perdido. Por temas de seguridad no hay posadas en el barrio y las que se organizan entre amigos o familiares no siempre son alrededor del espíritu reflexivo y de oración. Tampoco se sale a las calles para ver la decoración pues predomina el ritmo acelerado del tráfico y el exceso de actividad comercial.
La celebración material siempre ha estado presente, sin embargo, pareciera que ahora se olvida el valor de la sencillez y los regalos y festejos nos dejan con deudas y compromisos financieros que de manera cíclica se renuevan cada año generando angustia para cubrirlos. Son tantos los compromisos que se contraen que no se tiene el reposo para la reflexión y el disfrute en la intimidad de la familia. Nos preocupa más agradar al mundo en vez de alabar a Dios.
Ojalá no olvidemos el verdadero significado de La Navidad en sencillez e introspección renovada. Que nos dispongamos a vivirla en austeridad y que nazca en cada uno de nosotros el espíritu de cambio en compasión y el reconocimiento del otro.
Mis mejores deseos para que esta Navidad nos una a los pueblos en un ambiente de paz, bienestar y esperanza. Y que la armonía familiar reine en nuestros hogares en una peregrinación constante hacia el amor, el reencuentro y el perdón.
Feliz Navidad.

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