Los abrazos jesuitas

Si realmente quisiera AMLO ejecutar su plan de “abrazos no balazos” debiera hacer sinergia efectiva con la iglesia. Dentro de las congregaciones religiosas de México quien tiene conocimiento y experiencia en la reconstrucción del tejido social, es la Compañía de Jesús de los jesuitas. A través de experiencias concretas en comunidades fragmentadas socialmente, han desarrollado diferentes metodologías de intervención dentro de lo que ellos llaman Modelo de Reconstrucción del Tejido Social.

Su propuesta trabaja desde las entrañas de las poblaciones buscando armonía con el poder político principalmente. Se trata de sanar heridas entre los habitantes. México necesita de estrategias similares para abatir violencia y resentimientos individuales que nos llevan a las drogas y a otros problemas sociales que no dignifican a la persona y afectan el sentido de comunidad.

“Evidenciar el desgaste y el estado calamitoso del tejido social no garantiza un cambio, sino que puede aún profundizar la impotencia, la frustración y la resignación de la población que se siente abandonada, sin armas para defenderse y sin fuerza para construir algo diferente” así lo señala Franz Vanderschueren en el libro un Camino para la Paz, del Centro de Investigación y Acción Social Jesuitas por la Paz.

Para los jesuitas, la reconstrucción de comunidades en pro de la eficacia colectiva requiere de varias condiciones, sobre todo cuando la base de la acción colectiva es la inseguridad: primero, la voluntad de empoderar a las comunidades, sean rurales o urbanas; segundo, buscar la sustentabilidad mediante el acompañamiento de una acción policial de proximidad que refleje la empatía entre comunidad local y policías; y tercero, generar condiciones de confianza mutua entre los actores sociales.

El asesinato de los dos religiosos jesuitas en Cerocahui el pasado 20 de junio es un episodio más de una serie de actos impunes que se viven en la sierra Tarahumara. Hay cultivo de drogas, tráfico de minerales y de personas, tala y venta ilegal de madera entre otros problemas; ha habido desapariciones, masacres, todo bajo la presencia de militares y autoridades. Los activistas locales hablan de una mafia que se siente dueña de los pueblos y de las actividades legales e ilegales que se realizan en ellos. Es una zona caliente totalmente controlada por el narcotráfico de Chihuahua, Sonora y Sinaloa.

Don Tomás, un lugareño señala que los sicarios se sienten protegidos, “son parte del paisaje de la sierra y de Creel”, expresa. Es descarada la forma en que ellos (los sicarios) actúan, hasta tienen normas como horarios y lugares que visitar para evitar tragedias. “Mientras no les afecte su negocio no hay problema” la comunidad ha aprendido a vivir con precaución y miedo, comentó.

Cerocahi forma parte de uno de los cinco municipios con más población indígena en la entidad. Ahí se fundó el primer templo jesuita en el siglo 17 por lo que sus pobladores siempre han vivido bajo este amparo religioso. Los jesuitas realizan trabajo comunitario en favor de las comunidades más pobres y marginadas de la Sierra Tarahumara. Han impulsado proyectos de alimentación para niños rarámuris, siembra de árboles frutales y operan una clínica en Creel para la población indígena. Su labor va más allá del aspecto religioso, ellos realmente trabajan con abrazos.

La muerte de los religiosos afectó el diálogo con la Iglesia Católica y detonó una fuerte crítica a Andrés Manuel López Obrador. Los obispos mexicanos exigieron al gobierno asumir su responsabilidad y dar respuestas a la altura de las circunstancias, así como revisar la estrategia de seguridad en el país.

Es urgente, señalaron, la necesidad de un diálogo nacional para cambiar la estrategia de seguridad federal que evidentemente no funciona.

“…respetuosamente, pedimos, señor presidente, revise su proyecto de seguridad pública, porque no vamos bien, y esto es un clamor popular. Este evento lamentablemente no es aislado en nuestro país, invadido por la violencia y por la impunidad…los abrazos ya no nos alcanzan para cubrir los balazos” expresó el sacerdote Javier Ávila, líder de la comunidad jesuita en Creel.

El obispo de Cuernavaca, Ramón Castro, también criticó la estrategia de seguridad de AMLO, “Abrazos, no balazos es demagogia y hasta cierto punto complicidad…los índices de violencias y sus estructuras de muerte, se han desbordado e instalado en nuestras comunidades, desfigurando a la persona humana, y destruyendo la cultura de paz”, expresó.

La Conferencia del Episcopado Mexicano, CEM, hizo también un llamado para una jornada de oración por la paz. “Nuestra apuesta es por el diálogo social para construir un camino de justicia y reconciliación que nos lleve a la paz. Queremos construir la paz…estamos delante de un problema complejo que necesita de todos y todas para atenderlo desde la raíz”, dice el comunicado firmado por el presidente de la CEM y que habla de la barbarie de la violencia en México.

¿Sabe cómo reaccionó nuestro presidente? Cómo es su costumbre, atacando cuando se siente agredido. Andrés Manuel calificó a la iglesia de estar a “apergollada” por la oligarquía mexicana, y le dijo hipócrita por callar ante las masacres realizadas durante el gobierno de Felipe Calderón. Culpó a los conservadores de una campaña de desprestigio ante su labor, porque él afirma, tiene buena relación con la iglesia y es afín al pensamiento del papa.

“…claro que estamos actuando y hay resultados mejores que antes…no puede, con todo respeto lo digo, un sacerdote, un obispo, un pastor, decir que se debe responder la violencia con la violencia… No. Esto no significa que haya tolerancia, todos los días detenemos a delincuentes y, cuando no hay opciones, se dan enfrentamientos”, expresó a la defensiva.

Como dice Ricardo Anaya, el problema de Andrés es que no entiende; además, no reconoce sus errores. La violencia en México crece sin ninguna acción que refleje acciones firmes; lejos de perseguir a los delincuentes, se proyecta complicidad.

Es responsabilidad del gobierno establecer orden, castigar el delito y el crimen, y garantizar la paz.

Esta incapacidad de reconocer errores de Andrés Manuel nos está hundiendo como país pues no da oportunidad al diálogo y a la corrección de rumbo.

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