¿Aman los padres por igual a sus hijos?

Nuestros sentimientos hacia cada hijo son diferentes. Varias madres dicen utilizando distintas palabras: A veces tengo remordimientos porque me parece que no quiero lo mismo a un hijo que a otro. Por otra parte, la mayoría de los padres afirman con el mayor aplomo al hablar con los familiares o amigos, desde luego, yo quiero lo mismo a todos mis hijos.
De los tratos que he tenido con algunas parejas en su rol de padres, en el transcurso de mi actuación como madre, he sacado la impresión de que los que se acusan de desigualdad en el amor a sus hijos lo hacen innecesariamente y no pocos de los que pretenden comportarse con absoluta imparcialidad, o no son sinceros o intentan algo humanamente imposible.
Hemos de tener en cuenta, en primer lugar, que la palabra amor no tiene un significado único, sino que se emplea para designar una amplia variedad de sentimientos y actitudes: por ejemplo, el sentimiento de dependencia del que brota la seguridad de un niño pequeño; la atracción física, el sentimiento de posesión que nace en la mayoría de relaciones humanas en la intimidad, la devoción religiosa, la camaradería entre amigos íntimos, fundamentada sobre la participación agradable en intereses, o en la compenetración en ideas y sentimientos comunes.
Aqui nos interesan los aspectos del amor que los padres experimentan por sus propios hijos. Quiero hacer hincapié sobre dos de ellos-efecto y placer- y establecer una clara separación entre ambos, para ver si así logramos arrojar alguna luz sobre el problema de si los padres pueden o deben amar a sus hijos de igual manera.
Me parece evidente que los padres y las madres aman igualmente a sus hijos en el sentido de que dedican los mismos cuidados a cada uno de ellos.
Quieren ser justos, desean que todos y cada uno tenga éxito en la vida y sean felices, y harán cualquier sacrificio razonable si lo creen imprescindible.
Mientras son pequeños no quieren que se aparten de su lado ni dejan escapar ninguna palabra que pueda interpretarse en mal sentido. Incluso cuando ya son mayores, siempre están dispuestos acudir en su ayuda, sin que estos les pidan nada, son cuestiones del amor de padres; ya que este amor solo la muerte lo separa.
Este ejemplo puede parecer morboso y exagerado, pero, pone de manifiesto la diferencia entre la clase de afecto que podemos sentir por el hijo de otra persona, que se desvanecerá si el chico nos desilusiona seriamente; pero la devoción por el nuestro, persiste a través de todas las pruebas, es nuestro hijo, lo es para siempre; y nunca dejara de serlo.
Por otra parte, es necesario darles mucho cariño, ya que la falta de este y de dedicación, producen graves daños en la vida del hijo.
En realidad, hay padres excepcionales en muchos aspectos, pero que no sienten ningún apego por sus hijos, no porque no los quieran, sino porque en algunos casos los padres trabajan mucho, o padres que tienen que viajar constantemente porque así lo requiere el trabajo; también existen casos en que los mandan a estudiar fuera, y así, por una razón u otra no hay apego fuerte entre padres e hijos.
Otro caso es referente a los padres adoptivos, que se han llevado a un niño a su hogar, pero no le han tomado mucho amor ni cariño. En tales circunstancias, si el niño plantea demasiadas dificultades, desean mejor no haberlos adoptados. Me gustaría hacer una pequeña referencia y, según mi opinión, no estoy de acuerdo con la adopción de niños en hogares disfuncionales, me refiero a los compuestos de: hombre con hombre, mujer con mujer. Un Niño debe de crecer saludable de mente y espíritu, teniendo en casa a un hombre y una mujer, sean o no sus verdaderos padres. Dios lo dispuso así: Hombre con Mujer para la creación humana. Les vuelvo a repetir, es mi opinión. No tengo nada en contra de dichas parejas. Solo hablo de los niños.
Por último y, hablando de nuestros hijos, yo sí creo que los amamos por igual. La diferencia la hace el “HIJO” ya que siempre hay uno que es más cariñoso, detallista y amoroso.

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