¿Qué tiene la muerte y el paso del tiempo para que ciertos personajes dejen esa impronta única a nivel transgeneracional? Cuando Nino Bravo murió con 28 años al volante de su BMW de segunda mano en el municipio conquense de Villarrubio empezó a gestarse el mito. Ocurrió el 16 de abril de 1973.
Los músicos que lo acompañaban salieron ilesos: su guitarrista José Juesas, y Fernando Romero y Miguel Ciaurriz, del dúo Humo, un grupo más rockero que Nino quería producir. Tenía 28 años, decenas de canciones grabadas y quería apoyar a nuevos artistas. Los cuatro viajaban de Madrid a Valencia con el objetivo de grabar y reunirse con la discográfica. Nunca llegaron.
Los medios del mundo se hicieron eco de la tragedia. Nino Bravo ya era un ídolo en España y Latinoamérica. La televisión española logró entrevistar a los Humo: “El accidente fue por una curva, incluso no demasiado difícil en que se abrió un poco, el coche se ladeó hacia la izquierda, posteriormente se fue hacia la derecha, ahí cogimos una cuneta y dimos unas cuantas vueltas de campana”, dijo Romero. Notablemente angustiado, el también valenciano terminó la historia: “Yo estaba cogido de una manija de esas que hay y pedía tranquilidad, creo que me lo decía para mí mismo, y venga dar vueltas, no había forma de que parara aquello. Al fin, cuando paró, salimos como pudimos y no sé…”.
Sus compañeros reconocieron después que Nino no tenía conciencia plena de lo que estaba pasando, sólo se sentía muy dolorido y se quejaba, ellos no tenían nada más que hacer. Finalmente pudieron trasladar al cantante, que murió llegando a Madrid y a bordo de la misma ambulancia. Su cuerpo sin vida entró en el Centro Sanitario Francisco Franco de Madrid (actual Hospital Universitario Gregorio Marañón). Ya no había nada que hacer.
Ese fue el fin de una era, aunque los altares a Nino Bravo en ese camino sigan siendo una constante. Pasan los años, pero Nino no se olvida.
“Nino Bravo pertenece a esa época dorada de la música en la que las madres compraban el disco y se lo ponían a los niños”, explica Mariano Urraco, doctor en Sociología y profesor en la Universidad a Distancia de Madrid (UDIMA), que considera que el fenómeno está vinculado a la socialización de su música. “Las madres cantaban las canciones en casa porque, por regla general, no trabajaban fuera. Los niños de aquella generación se criaron con esas canciones, como pasó con Manolo Escobar o Camilo Sesto y, por eso, han trascendido durante tantísimo tiempo”.
La figura de Nino Bravo se mantiene viva gracias a sus canciones, muchas de ellas convertidas en himnos que cada año se recuerdan, como “Libre”, “Un beso y una flor” o “Noelia”, entre otras. Su obra artística ha logrado traspasar las fronteras del tiempo y el espacio y le ha convertido en un auténtico mito.
El pasado año, Darío Ledesma presentó la biografía oficial del cantante: Nino Bravo. Voz y corazón. Un libro que narra como nunca antes la historia personal y musical de quien a día de hoy está considerado uno de los artistas más influyentes del pop español.
Según Ledesma, “no llegamos a ver ni un 10% de lo que Nino Bravo podría haber sido”.