Ciclismo: Sastre y Olano, desde su habitación en La Vuelta del 2000

Carlos Sastre y Abraham Olano, que coincidieron en el ONCE, repasan sus carreras en AS. El Tour de 2008, el Mundial de Duitama, la nueva era del ciclismo.

“Abraham, yo no tengo nada que ver, eh, no me juzgues”. Vuelta a España del 2000. Un Olano en sus últimos años como profesional coincide con un Carlos Sastre en eclosión. Les toca compartir habitación. Abrahamtxu, como ahora le llama Carlos en tono amistoso, encaraba su segundo año en el ONCE tras su etapa en el Banesto, donde se vio obligado a ocupar un lugar reservado para él, “pero antes de lo esperado”. Se fue Miguel Indurain y se quedaron él y José María Jiménez,el recordadoChavacuñado de Sastre. Dos gigantes del ciclismo español, dos estilos tan propios como distintos y muchas escenas, páginas y ruido a su alrededor. “La prensa creó un conflicto de la hostia entre los dos, llegó Manolo (Saiz) y me puso con él”, recuerda ahora Carlos, emulando el semblante dubitativo que puso en ese momento. “Menos mal que vino Abraham y me dijo: ‘Tranquilo, si yo era feliz de la vida’”, añade, respirando como si volviera a entonces. “Lo recuerdo como algo muy bonito. A los dos nos gustaba mucho dormir, estar tranquilos. Estuvimos muy a gusto”, culmina. “Había otros a los que les gustaba estar todo el día con las maquinitas (la PlayStation), como a (Mikel) Zarrabeitia. Nosotros preferíamos descansar”, ratifica Olano, en conversación con AS durante el FID Castilla y León ABANCA 2022.

Al término de la ronda española, Sastre se presentaba al mundo, ganando la clasificación de la montaña y quedando octavo en la general. Abraham, en tres semanas complejas, lejos de la victoria conseguida dos años atrás, terminaba en 19º lugar. Desde Málaga, prólogo de la edición, hasta Madrid, final, 20 etapas, 2.904 kilómetros y un mundo de anécdotas. En la 9ª, Olano se vestía de líder tras sacarle más de dos minutos en la contrarreloj de Tarragona a Alex Zülle, primero de la general desde el inicio hasta entonces. El suizo ya no volvería a lo más alto; el corredor vasco, tampoco. “De esa Vuelta recuerdo especialmente la etapa de La Molina, que estuve todo el rato contigo. Un par de días antes, habías tenido una caída e ibas justo”, le recuerda Sastre. En esa jornada, tras su soberbia actuación en Catalunya, Abraham perdía el maillot dorado. “También me acuerdo de la etapa de Xorret de Catí, que cayó una zurra de agua increíble y nos caímos todos los del equipo menos tú”, coge carrerilla el madrileño afincado en Ávila. “No me acuerdo…”, le corta Olano, entre dientes. “Yo sí me acuerdo porque me pelé por todos los lados, como una croqueta. Abraham no se cayó y se descojonó de risa, ‘vaya juveniles estáis hechos todos’, nos decía. Y a los pocos días se la pegó. Fue el karma”, insiste Sastre, entre risas, quitándole hierro al asunto, como la distancia temporal permite hacer.

El ciclismo es un deporte que nunca se deja del todo. Abraham sigue conectado a él de carrera en carrera, ya sea en marchas cicloturistas o en pruebas tan exigentes como la Titan Desert; Carlos, a través de su tienda en Ávila. Entre pedaladas o tras el mostrador, ahora, ambos comparten anécdotas con todos aquellos que, en su día, les animaron desde las cunetas o la televisión. Dos episodios sobresalen por encima del resto. Son los más reclamados. En el caso de Olano, el Mundial de 1995 (”cuando piché, que a ver qué pensé, me preguntan”, dice con gracia); en el de Sastre, la victoria en el Tour de 2008. “El Alpe d’Huez es un antes y un después en mi carrera deportiva. Obviamente, es por lo que más se interesan. Qué se cocía en el equipo (Team CSC), la relación con los Schleck, etc.”, explica. Se proclamó campeón como un campeón, cosa que no siempre ocurre. Ese día, Bjarne Riis, director, pasó la noche en vela y llegó al autobús con “20 tácticas diferentes”. Carlos, escapando del exceso de información, decidió atacar desde abajo, ascender el Alpe d’Huez hasta la gloria. Cuando hay piernas, sobran las tácticas. “Esta etapa es la que teníamos marcada y la que tenemos que ganar”, había advertido el español al danés antes de la salida.

Tras esas palabras, se escondía un momento muy concreto, una sonrisa que lo cambió todo. Después de correr el Dauphiné, Riis y Sastre emprendieron una preparación concienzuda de cara al Tour, a ese Tour (”planifiqué todo el año pensando en la carrera”). Tras 15 días muy exigentes, con la mitad de la ronda francesa reconocida, tocaba ensayar en el Alpe d’Huez. La climatología, sin embargo, cambió los planes. “Hicimos el Col de la Lombarde y el Col de la Bonette. El día siguiente, tocaba Alpe d’Huez, pero, ante la previsión de lluvia, nos fuimos a Suiza. Allí, aprovechamos para entrenar bien”, desmenuza Sastre. Por aquellas fechas, estaba en marcha la vuelta del país centroeuropeo. También lo aprovecharon. Una mañana, decidieron subir el mismo puerto que, por la tarde, afrontaría el pelotón.

Llega el momento cumbre. Fränk Schleck, junto a otro escapado, asciende con fuerza la cota. Un pedaleo ligero abre brecha con el grupo principal. Coronan y siguen su aventura, a buen ritmo. De repente, Riis aparta su mirada del televisor y la dirige a Sastre. Esboza una sonrisa, rara en él. “¿Quieres saber una cosa, Carlos?”, suelta. “Has subido 20 segundos más rápido que estos dos tíos”, informa. “Flipaba en colores. Yo había subido tras seis horas de entrenamiento y sin forzar. A partir de ahí, tuve todo su apoyo. Él sabía que estaba listo, no sé si para ganar el Tour, pero sí para hacerlo muy bien. Para mí, fue un antes y un después. Empecé a tener el apoyo del máximo responsable del equipo. Hasta ese momento, no lo había tenido nunca”, contextualiza Sastre, que, durante la mañana, ya había iniciado su escalada hacia ese respeto. Y hacia el propio Tour. “Entonces, ya utilizábamos potenciómetros. Ese día, él iba viendo en la moto lo mismo que yo. No le cuadraba nada. Cuando terminamos el entreno, me dijo: ‘Carlos, entrena a tu manera’. Fue la primera vez que se dirigió así hacia mí. Durante mucho tiempo, yo lo único que hice fue asentir con la cabeza y escucharle, como hice con Manolo (Saiz) o con otros directores, y ese año le dije que le haría caso, pero que si quería conseguir algo también tenía que escucharme”, revela. Lo hizo.

Desde Suiza, Carlos Sastre entraba en el selecto grupo de españoles con, al menos, un Tour de Francia, junto a Federico Martín Bahamontes, Luis Ocaña, Perico Delgado, Óscar Pereiro, Albert Contador y Miguel Indurain. Trece años antes, en Duitama, Abraham Olano se convertía en el primer corredor nacional en proclamarse campeón del mundo de fondo. Tras él, sólo han llegado Óscar Freire, Igor Astarloa y Alejandro Valverde. “Al ser el primero, fue algo especial. De hecho, fue especial desde antes. Se había preparado desde todos los medios que era el Mundial de Miguel (Indurain) y su duelo con (Marco) Pantani”, rememora el guipuzcoano. Finalmente, fue el Mundial de Olano, con toda la leyenda que acompañó a ese pinchazo por el que ahora tanto le preguntan y que notó a dos kilómetros de meta. Antes, a 20 del final, había lanzado su órdago, un ataque que Indurain propulsó controlando al resto de favoritos. “Entiendo que, en ese momento, desde Banesto, hubiera un poco de resquemor. Si no hubiera estado yo, hubiera ganado Miguel. Al final, la estrategia que se había planteado fue clara. Sabíamos que él iba a estar controlado y había que aprovechar otras bazas. El Chava había estado ahí, (Fernando) Escartín también estuvo tres vueltas escapado… La vuelta anterior, de hecho, Miguel pinchó y yo me quedé haciendo de freno”, analiza.

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