La retirada de Afganistán implementada por Joe Biden ha dado sorpresa por su velocidad, pero Washington ya había decidido hace cuatro años que quería terminar con las “guerras eternas”, optando por centrarse en su competencia tradicional con otras dos grandes potencias, China y Rusia.
La lucha contra grupos terroristas como Al Qaeda y Estado Islámico agotó el sistema de seguridad de Estados Unidos y consumió billones de dólares desde los ataques del 11 de septiembre de 2001.
El predecesor de Biden, Donald Trump, asumió el cargo en 2017 prometiendo dejar Afganistán, y calificó la guerra en ese país como un “desastre” y un “desperdicio”.
Los conflictos en Afganistán y en Irak se caracterizaron por el despliegue interminable de tropas, los niveles persistentes de violencia y la incapacidad para infligir una derrota concluyente al enemigo.
Para 2020, Trump ya había sentado las bases para un retiro de las tropas estadounidenses de ambos países, dejando solo 2.500 soldados en cada uno.
Biden aceptó ese plan y anunció recientemente que la participación militar estadounidense en Afganistán concluiría el 31 de agosto. “Estamos poniendo fin a la guerra más larga de Estados Unidos”, dijo.