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La Visión
rogelior@lavisionnewspaper.com
26 Noviembre, 2020
En Opinión, Sólo en México
4 min de lectura

Mi Thanksgiving

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Un año tan turbulento y extraño como el 2020, me trae recuerdos de una celebración anterior del Día de Acción de Gracias en que viví una sensación similar de temor por encontrarme en un mundo extraño que me amenazaba.

Déjeme platicarle el porqué. Corría el año 2001 y seguíamos bajo el shock del ataque terrorista a las Torres Gemelas el 11 de septiembre, cuya destrucción y muerte de 3 mil personas nos encogió el alma, cuando enfilamos en noviembre con mi esposa, hijas pequeñas y los suegros rumbo a San Antonio, Texas, desde nuestra casa en Monterrey, Mexico.

Desde algunos años atrás, teníamos la costumbre de hacer ese viaje para celebrar el Thanksgiving con la extensa familia de Doña Emma Bedoy, unirnos a las oraciones y a la convivencia familiar y, apenas despuntando el alba, correr a las tiendas a aprovechar el Black Friday y las ofertas de la temporada.

En el 2001, a pesar de las rigurosas medidas de seguridad al cruzar la frontera entre México y Estados Unidos, nos aventuramos en el viaje como cada año lo hacíamos, pero yo percibía a lo largo del camino una atmósfera distinta en los pueblos, visible en la gente en gasolineras y cafeterías por las que parábamos a recargar combustible y reparar fuerzas.

Había, por decirlo pronto, un aire de incertidumbre muy pesado, casi se podía palpar con las manos. Veía banderas de las barras y las estrellas por todos lados, T-shirts con frases patrióticas, gorras y sombreros con la bandera o motivos militares, pero nada de eso lograba aligerar la atmósfera.

Al llegar a San Antonio, justo a tiempo para la cena de pavo, la familia Bedoy nos recibió con los brazos abiertos, como siempre, y nos hicieron sentir como en casa. Todos estaban ya dispuestos para iniciar la cena a la señal de Doña Emma, pero, antes de eso, ella nos convocó a todos en torno de la mesa repleta de viandas y platillos.

Al dirigirme a la mesa, pude observar un retrato en un estante con el rostro de un muchacho muy joven vestido de cadete militar. Al preguntar quién era, Emma contestó que se trataba de uno de sus nietos, quien acababa de enlistarse en el Army a raíz de los atentados del 9/11.

Eso, en particular, la tenía atribulada, lo noté en el tono de su voz al responderme. Bueno, pues se dijo una oración en inglés y otra más en español. En un momento, nos tomamos de las manos mientras escuchamos a Emma pedir a Dios por los que habían muerto y cuidar mucho (esto lo dijo casi con la voz quebrada) a los que seguían vivos, y al nieto que se había enlistado.

Después de eso, nos dispusimos a la cena, a las bebidas, a la convivencia alegre y llena de risas y gritos, y hasta a ver a los Dallas Cowboys en su tradicional partido de Thanksgiving, como lo habíamos hecho tantas veces en otros años.

En mi mente, sin embargo, y en mis manos, quedó la sensación de haber participado en la comunión familiar, en las oraciones y en las palabras dichas. Fue un momento nada más, pero un momento que se hizo eterno en mis recuerdos.

Fue en esa comunión que entendí a fondo el espíritu de la Acción de Gracias como un lazo no sólo con Dios, sino entre todos nosotros, no importa si teníamos apellidos distintos o vivíamos incluso en países diferentes: en ese momento y ante una tragedia de tal magnitud, nuestros corazones latían como uno solo.

Así me siento en 2020, cuando un virus letal amenaza la vida de millones de personas en Estados Unidos y México y nos hace sentir como prisioneros, por usar la metáfora, en las Torres Gemelas de nuestras vidas sabiendo que rondan muy cerca los aviones mortales que pueden derribarlas.

Siento que necesito, como en 2001, que alguien tome mi mano y yo tomar la de alguien más; orar o reflexionar o meditar, según cada quien lo prefiera, y saber, a través de esa comunión, que no estoy solo frente a una amenaza tan poderosa.

No podré ir con mi familia este año a San Antonio, Texas, desde mi casa en Monterrey. Estaremos a la distancia acompañando a los Bedoy y me imaginaré el momento en que Emma diga una oración para acompañarla con la mía. De esa forma, volverán a latir los corazones, los de todos, como uno solo.

¡Feliz Día de Acción de Gracias! 

Nota del Editor:
Las opiniones y comentarios expresados en estas columnas son total responsabilidad del autor.
Son publicadas en las diferentes plataformas de La Visión a manera de colaboraciones.
El contenido no refleja la opinión editorial o implica responsabilidad legal alguna para La Visión.
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